miércoles, 27 de mayo de 2009

Al Sur de El Manteco el lago de Guri revela secretos y parajes de ensueño ideales para el turismo

Islote de piedras sedimentarias, areniscas y esquistos en el tramo intermedio del lago de Guri.


La sabana comparte morada con las aguas del Caroní en el lago de Guri
Ensenada, pequeña bahía en un recodo del lago, allí las aguas reposan tranquilas


Inicio del paseo fluvial, al fondo el periodista Eligio González.
Árboles muertos forman parte del paisaje inconfundible del embalse
Comunidades indígenas Pardillal y Mamonal, en la margen derecha del Lago, muy cerca de La Vigia

Embarcaciones y bote de paseo turístico fluvial en el Puerto de La Vigía, muy cerca de El Manteco

Texto: Juan Ruiz Correa

Fotos: Fernando Silva

El lago de Guri en mayo del 2009 semejaba bajo un intenso Sol, inclemente y brillante como pocos, una fiera dormida. El espejo de agua en el puerto de La Vigía muy cerca de El Manteco, apenas a unos 6 kilómetros de esta población de ganaderías, mineros y gente dedicada al oficio de la pesca, la explotación forestal y la agricultura, se nos antojaba un tanto silencioso, sin el bullicio de otras épocas, cuando las bullas auríferas de las colinas cercanas al lago, atraían oleadas enteras de trabajadores informales de las minas.

No obstante allí estaban las embarcaciones, las curiaras, las canoas, con sus duras, enmohecidas e impermeables maderas, y uno que otra lancha de metal, con sus motores apagados. Cerca, muy cerca, el catamarán, un buque turístico de mediano porte, adaptado al lago y sus recovecos, esperando también al visitante extranjero, a uno que otro grupo de nacionales, para llevarlos a conocer aquel inmenso embalse, que abierto al horizonte, kilómetros más abajo, en el inmenso sur de su antiguo lecho o canal principal del río Caroní, se nos antoja como una especie de mar interior, enorme, retador, repleto de paisajes, de sorpresas, de islas de todos los colores.

Así las pudimos ver, a estas islas caprichosas, algunas no más grandes que un simple conuco de esos que tanto abundan en el Sur de Guayana. Otras verdes, muy verdes. Algunas vestidas de sabana. Pedregosos surgían otros islotes. Con cuarzo lechozo. Con esquistos y areniscas de extrema blandura. Islas y más islas brotando del lago, apenas una mancha de arenas de duros silicatos, como recordatorio de que alguna vez fueron colinas, fueron promontorios de una sabana prodigiosa y variada, que se mecía entre manchas oscuras de selvas tropicales.

Estas extensiones del Sur del municipio Piar fueron tierras ganadas por el agua para el proyecto hidroeléctrico del Caroní, que movió el curso del Caroní hasta estirarlo a decenas de kilómetros de su antiguo cauce, que distaba de El Manteco, de La Vigía, no menos de 30 kilómetros al poniente de esta tierra alguna vez ganadera, ahora atrayente para mineros, admirada por indígenas pemones que ahora la tienen como destino de sus moradas y de sus unidades de producción agrícola y sus fábricas de casabe, de mañoco o fariña y transformada también en refugio de campesinos criollos que la valoran como tierra apta para el cultivo de las lechozas, de las yucas, de las hortalizas, del cacao y para el resguardo de sus aves de corral.

Gente de trabajo, agricultores, pescadores y mineros surcan las aguas del Lago

También es ahora tierra de agua, agua de tierra con sabor a paisajes de ensueño, aptos para el mejor turismo, el más sano, el de la contemplación, aptas para el paseo fluvial, en canoas que se nos convierten en moradas duras y humildes como esos parajes, en islas abiertas a la imaginación y el contacto directo de los humanos con una naturaleza sorprendente, cambiante, que cambia de color con el paso del Sol ardiente de este trópico lejano para el citadino, que adora sus rayos vitales pero que por igual echa de menos una lluvia copiosa para apaciguar el calor.

Naturaleza repleta de aves acuáticas, como esos inquietos y elegantes gaviotines, gaviotas de río, guanaguanares, celosos guardianes de sus nidos y de vuelos prodigiosos sobre el lago. Carraos, garzas blancas, tiranos colas de golondrinas, pericos con todas sus variedades, uno que otro arrendajo oculto entre los bosques cercanos, tímidos cari caris a la distancia, golondrinas como presagiando la llegada inminente de las lluvias. Fieras ocultas allá en las soledades selváticas, mamíferos ariscos, réptiles igualmente reacios al contacto con los hombres.

En mayo la brisa del lago, en sus orillas orientales, lucen calmadas, tímidas, sobre todo en las mañanas y mediodías, en las tardes o se hace pesado el aire, queda inmovilizado o se despierta de improviso, arremolinado sobre aquellas sabanas isleñas y bosques vírgenes o intervenidos. En mayo 2009 estuvimos en este lago inmenso el de Guri, atendiendo la invitación del amigo periodista Eligio González, redactor, reportero estrella del Sur, adscrito a la plantilla del diario Nueva Prensa de Guayana. Con nosotros también Fernando Silva, el autor de las fotografías que acá reproducimos. Con la ayuda logística de la camarada y amiga Nuvia Sosa, toda una institución en El Manteco, amada y vituperada, pero siempre activa y con su sonrisa a flor de rostro. Al mando de la canoa el baquiano, el capitán indígena Antonio, experto en el difícil arte del manejo de la curiara por aquellas aguas engañosas, a veces quietas, casi un piso pulido acuoso, aguas a veces embravecidas, remolinadas y sinuosas, con tantos recodos, tantos caños, tantos laberintos, tanto árbol desnudo de hojas.

Junto a los troncos muertos, se alternan islas y las azules colinas al Sur de El Manteco

Tanto tallo muerto y silencioso en medio del agua se nos hace evidencia indudable de que alguna vez fue bosque no dado a convivir con el medio acuático, que lo inundó, le secó su savia, le arrebató sus hojas y lo dejó sin frutos, sin descendencia, sin sombra para su poblada de animales, petrificado, fosilizado en un pesado o liviano carbón vegetal con formas caprichosas, que jugando con el Sol, con las sombras, con el agua, con la vegetación cercana de las orillas, adoptan figuras caprichosas, tanto como la imaginación de quién lo observa.

Con una temperatura ambiente que en su pico rozó los 34 grados a la sombra, 42 grados al Sol, pero que se suaviza en las mañanas con una temperatura fresca de 23 grados, o en las noches con unos 24 grados el lago de Guri nos recibió sin prepotencia, con respeto lo contemplamos, y con respeto nos trató, a pesar de los sustos normales de toda travesía por las aguas inquietas del Caroní, que se nos convirtieron en nudos de garganta, cuando el fuera de borda de la canoa se detuvo en pleno canal principal del río, en medio del lago artificial más grande de Venezuela.

No hubo lluvia ese domingo de 24 de mayo, a pesar de que en esos días finales de mayo lo usual es que ya arranquen esos diluvios de la temporada húmeda.

El lago de Guri sigue sin embargo solitario, a pesar de la incuestionable calidad de sus paisajes, a pesar de que tiene variantes de relieve, islas de cualquier calibre, aguas quietas, aguas bravas, playones ideales para el baño seguro, recodos de pesca del famoso pavón, especie introducida en la década de los 80 con fines de reproducción y cuya carne blanquecina es ansiada por los pobladores de estas zonas y por los turistas y la gente de El Manteco y Upata que disfruta de sus bondades como alternativa alimenticia.

Guri, antiguo pueblo de misión, desaparecido bajo las aguas del río que alguna vez le dio cobijo, es hoy un cuerpo de agua que de impetuoso se convirtió por obra de la ingeniería humana en una enorme masa lacustre que se acerca en la época de aguas altas a las 500 mil hectáreas de superficie, donde hay toda clase de espacios para la recreación turística o el trabajo creador y tesonero del indígena, del criollo dedicado a la agricultura, a la minería, ahora prohibida, del aventurero que lo quiere para recorrerlo sin descanso, en sus recodos, en su Pardillar indígena, en Mamonal más al Sur, en La Cuaima, en La Victoria, Castillito, Coítora, la isla de El Tigre.

En medio de las aguas surgen las islas, lomeríos y cimas de antiguas colinas inundadas por el lago.

Además le quiere y mucho el promotor, el inversionista, que ha vislumbrado su enorme potencial como atractivo turístico de la región del Nekuima, Chiripón, Cogollar, Panamo, Cerro Azul, en camino líquido luego a las lejanas regiones de El Plomo, la desaparecida San Pedro de las Bocas, las costas boscosas del Antabare, del Supamo que se niega a morir en sus aguas oscuras de ácidos húmicos de este Caroní y que prefiere marcharse aún más lejos hacia las selvas también mineras del Guariche, para caer rendido en el Yuruán y despeñarse sereno en el Cuyuní.

De los cerros azules que marcan la divisoria de aguas entre el Yuruari y el Caroní también hay mucha tela que cortar, son como las murallas protectoras del lago. Y más allá por el Oeste, por el poniente, se visualizan apenas, bien débiles sus contornos, sus siluetas, los cerros del Pao de la Fortuna, San Isidro, Altamira, en el municipio hermano de Raúl Leoni, que comparte con el municipio Piar, con El Manteco y la región suroeste de Upata, la inmensidad de este lago, que apenas muy pocos tenemos la oportunidad de conocer.

Espejo de agua en el cuerpo central del lago de Guri, en la ruta a El Plomo

Guri es un lago que la Corporación Venezolana de Guayana utiliza y muy bien como energía impetuosa de su represa y central hidroeléctrica principal, la Simón Bolívar de Guri, pero que en esta franja Sur de Piar, bosteza, sin definiciones, sin uso permanente, sin centros auténticos de movilización o disfrute turístico, sin una infraestructura básica de posadas, de rutas fluviales para la navegación recreativa, sin miradores para la contemplación pasiva de sus paisajes, sin el cariño que amerita para que pueda ser disfrutado por la mayor cantidad posible de venezolanos, de compatriotas de la Guayana y de los amigos extranjeros.

Quizás será que la CVG no asume que todos tenemos el derecho de entrar en contacto con este lago de Guri, a veces sereno, a veces impetuoso y de valorarlo, amarlo, acariciarlo, quererlo como a un buen hijo o a un buen padre. Apropiarnos con criterio de racionalidad y respeto, para que no siga siendo una inmensidad triste, vacía, despoblada, melancólica, pero que al mismo tiempo respira, se llena de vitalidad, de esperanza, con la labor de sus pioneros indígenas, capitanes indígenas provenientes de tierras distantes y cercanas, de las orillas del Caroní del Sur que ya no es lago, o del Paragua cálido que tampoco es lago.

Con su espejo de agua, a 266 metros sobre el nivel del mar, en este mayo sin lluvias, Guri, sigue siendo posibilidad, sueño, proyecto inconcluso de la Venezuela y la Guayana profunda. Ahora es tiempo de que las imágenes, las fotografías, hablen, que ya las palabras no tienen nada que aportar. Para que nos sintamos motivados a conocerlo en carne viva. Única y auténtica manera de amarlo y no olvidarlo para siempre.

Línea de costa en el lago la franja clara revela el límite máximo del lago durante su creciente

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